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Lunes, 10 de bril de 2023
Al regreso de Madrid nos tocó detrás en el tren una pareja que se pasó al menos los primeros cuarenta y cinco minutos del viaje emitiendo unos sonidos espeluznantes. Al principio, pensé que se trataba de la atroz jerigonza vasca pero después me dije, no, parece más algo mitad chino mitad uzbeko o finlandés ¡cuántas jerigonzas no deberían existir deberían prohibirse por el bien común! como se dice. Hace unos años fuimos a Brujas e íbamos caminando al borde de un canal y se cruzaron con nosotros unos flamencos (no el ave) y hablaban (es un decir) en flamenco y por poco el impacto de esa cosa flamenca en mis tímpanos me arroja al canal. Sólo debían admitirse en el mundo dos o tres idiomas a lo sumo: inglés, español y tal vez francés. Tal vez. El alemán no, que es puro ladrido nazi. Los idiomas que hablen menos de quinientos millones de personas deberían eliminarse. Con la excepción del chino, que hay que eliminar da igual cuántos lo hablen.
Con lo que se gasta en traductores y traducciones de jerigonzas ínfimas innecesarias e intrascendentes (en todos los sentidos) en la Unión Europea (para contentar los pujos tribales de una recua de nacionalistas) se podría salvar a miles o tal vez millones de personas que se mueren de hambre en el mundo. Con lo que sí estoy, sin embargo, de acuerdo es con imponer el llamado euskera en el parlamento europeo porque al escucharlo morirían de espanto (o shock estético) un gran número de diputados europeos lo que redundaría de forma decisiva en la economía europea y en la salud mental de los europeos.