Estampas

3105

Dije al principio que aprendí dos cosas cuando llegó el dolor, la segunda nada tiene que ver con el dolor o la muerte, tiene que ver con la vida. No sé cómo explicarlo. La mejor manera de decirlo tal vez es decir que todo lo que no apreciamos lo que damos por descontado lo corriente lo automáticamente desechado lo que ni siquiera registra nuestro cerebro como acontecimiento digno de mención como asunto vivido es lo más precioso.

Digamos por ejemplo mujer mía que me miran tus dulces ojos.

3104

En el hospital, leo este artículo del amigo Bustos. Cita a Ferlosio. Dice Ferlosio de Disney: “Disney ese gran corruptor de menores nunca bastante execrado, el mayor cáncer cerebral del siglo XX”. Bueno. No. Disney es un genio. Disney fue el primero en ver, o intuir, (antes que Pinker, Blackmore y demás) que la esencia del progreso humano está relacionada con el Entretenimiento. Siempre con mayúscula. Respeto, eh. Nos entretenemos, luego somos y progresamos. El Entretenimiento, médula de lo infantil, es la clave para el desarrollo de estándares imaginativos que consigan sacarnos de nuestra condición mortal. El hombre desde su principio, busca un sentido. Bien. Helo ahí. Escapar a la mortalidad. Ese es el sentido. El único sentido. Disney es una figura fundamental en la aventura de vencer la muerte. No Kant. No Spinoza. No, por descontado, Marx. La filosofía no es la herramienta que nos librará de la muerte, es la imaginación. Disney ha infantilizado, es decir potencializado el papel crucial de la fantasía y lo inaudito en la mentalidad occidental. Algo que se da naturalmente, sospecho, en los japoneses (pero ay, no somos japoneses, de ahí la importancia de Disney para nuestra cultura). He visitado Japón varias veces el país más infantil del mundo por cierto y el país a un tiempo más educado moderno serio innovador tecnológico y socialmente inteligente del mundo, tal vez. Disney ha contribuido de manera crucial a dejar atrás al primate serio y espeso y nos ha acercado al hombre plástico, ligero e irisado que debemos ser.

La infantilización de Occidente es de las mejores cosas que nos han podido pasar.

3103

Y hay un momento sublime les advierto porque hay definitivamente un momento en que me abandono a la infancia. Soy y seré hasta la muerte peterpanesco recuérdenlo ya un hombre mayor ya casi viejo y sin embargo en la infancia siempre en la infancia buscándola: la madurez es el umbral de la putrefacción. Comienza cuando me toca el anestesista. Entonces me dejo ir de ese dejarse ir de la madre viva saben ustedes ese dejarse ir que es la seguridad total y que es estar a salvo de una manera imposible.

3102

Me dan la pastilla que me acelera el cerebro a la hora de dormir. Siento que la sopa química erupciona eso siento o algo así. Enchufado al cable de alta tensión de la pastilla permanezco inmóvil con los ojos muy abiertos hacia dentro incrustado en lo eléctrico y aterrado y figuras serradas y chirriantes y rodeado. Pienso con pensamientos desesperantemente definidos que el lugar me recuerda una película de tim burton odio a tim burton por sus pujos simbólicos a costa de lo infantil y su sentimentalismo chiclet pero no encuentro otra manera de describir el sitio al que me lleva el alarido de la pastilla radioactiva. Es la pobreza de lo referencial. Todo siniestro en la cama de hospital postrado con los ojos muy abiertos hacia adentro pero aún más siniestro con la pastilla.

Y así pasa la noche.

3101

Me bajan al quirófano. El ascensor es de metal líquido. Cuando se detiene, dos muchachos hermosos me reciben y siento el poder de la belleza y todo el ambiente del quirófano chisporrotea vida qué extraño y uno de esos muchachos trastea en mi espalda y entonces dejo de sentir el dolor. Respiro por unos tubos. Me colocan en una extraña posición (como si galopara) sobre un artilugio de aires gimnásticos. No veo al cirujano. Abren y siento el corte y entonces veo el teclado ahí entre mis manos y naturalmente me pongo a escribir. El teclado es fluorescente y tiene letras grandes y voluptuosas y escribo qué escribo escribo una luminosidad feroz. Y veo ahora el rostro del cirujano o de su ayudante a mi derecha y le digo ¿podría por favor es muy importante enviarme lo que acabo de escribir lo necesito? Pero el hombre no contesta sólo me mira y no dice nada.

Después estoy en la camilla. Cómodo, como si me hubieran sacado todos los huesos, blando, tan bien. Una sensación comparable (casi) a la mano de mi padre en mi cabeza tratando de alejar a la muerte cuando yo tenía diez años en aquel hospital de La Habana y me había cogido el tifus y me moría. Hay una doctora cerca ¿tienes frío? y me pone un chorro de calor bajo las sábanas y le pegunto como se llama y dice Marta, tenía que haber aquí una Marta le digo y sonrío. Y entonces ya un poco menos a salvo y menos flotante le digo a la doctora ¿existe alguna posibilidad de que mientras me operaban yo tuviera un teclado a mi disposición en el que escribiera estoy seguro de que lo tenía es eso posible? Y ella dice no.

3100

Describir el dolor. Ese dolor. Lo mejor que he podido, y yo soy un hombre de palabras, es pensar que alguien me quema toda la pierna (espina isquiática, glúteo mayor, condilo externo del fémur, banda iliotibial, biceps femoral, metatarsianos, gemelos, solio, epidermis, dermis, tejido subcutáneo, vaso linfático, glándula sudorípara, folículo piloso, tejido graso, vena) meticulosamente con un soplete arriba y abajo y cuando todo está bien abrasado retira el soplete y todo lo que soy tiene como único sentido y propósito posar de algún modo la pierna algún punto de la superficie quemada sobre la sábana y hacerlo al margen de lo atroz y que descanse un instante al menos por favor por favor pero es imposible.

3099

Hace nueve días llegó el dolor. El dolor. Tuvieron que hospitalizarme (de ahí mi ausencia) y fui intervenido quirúrgicamente como única forma de reducir el dolor. No hablo aquí de otro dolor. No hablo de esos dolores que sobrellevamos todos a lo largo de la vida. Hablo del dolor. Desde el día en que llegó el dolor, aprendí dos cosas. Una sobre el dolor, ese dolor: que tiene preeminencia sobre la muerte. Toda mi vida como miembro de la especie ha sido levantada sobre la experiencia ancestral del temor a la muerte. Que está impreso en nuestros genes desde las praderas y es el estigma del animal que somos y que, desgraciadamente, por largo tiempo aún seremos.

El dolor. Su preeminencia sobre la muerte. Nueva marca de agua. Creo.

3098

Me levanto de madrugada a orinar y vuelvo a ver la ballena hace tiempo que no la veía. Está como iluminada por dentro y cuando sopla el agua de los pulmones le sale un chorro de luz. Lenta y vaporizada, pero luz. Siempre me pone de buen humor verla y aunque el cristal está muy frío pego la nariz para verla mejor. Creo que me quedo dormido ahí de pie y que regreso a la cama dormido porque al rato me despierto y estoy acostado tapado y todo pero si levanto un poco la cabeza alcanzo a ver en el jardín el resplandor de su luz. Y es entonces, antes de quedarme otra vez dormido, que pienso: veo con palabras, así es como veo. No sé qué quiere decir eso pero recuerdo perfectamente que lo pienso.

3097

Un silencio sepulcral nunca mejor dicho se ha extendido por la sometida intelectualidad cubana (la que vive en la isla, o fuera y va y viene) una vez muerto el dictador. Yo no sé ustedes pero me gustaría saber qué tiene que decir Padura del asunto. Qué. ¿Y la señorita Guerra? No dice nada. ¿Y su criada? Tal vez la criada tenga algo que decir. ¿Y los guitarreros? ¿Y los músicos (es un decir) populacheros que se pasan la vida en las estaciones de radio de Miami? Qué. Y Kcho, qué dice Kcho; bueno qué gruñe Kcho, se entiende. Y de los intelectuales y artistas de afuera pero con el corazoncito dentro y la tribu siempre enarbolada. Qué. ¿Nada? ¿Alguna elucubración llena de citas de filósofos sobre el papel de Fidel Castro en la grandeza racial de los isleños? ¿No? Y el poeta longanizas (un poema diario como quien hace su deposición). Qué dice. Vamos. ¿Ni un aullido de la Clavijo?

Pero bueno bueno, qué está pasando.

3096

En lo supurado por la prensa española a la muerte de Fidel Castro hay cosas miserables como lo de Jon Lee Anderson (ni una palabra para los asesinados) pero tal vez lo más estúpido viene de un filósofo. Cuenta el filósofo una anécdota algo maricona de Arthur Miller en el Malecón y concluye el filósofo que el gran logro del fidelismo no es ni más ni menos que “una corriente alentadora de solidaridad humana”. No olvidemos que el filósofo habla de un país con un centro de delatores por cuadra. Impresionante. ¡Y esos reporteros y reporteras de TVE aún con el semblante macerado por el poderío genital indígena soltando sus racistas ridiculeces! Ah, y El País y su fidelismo a lo Vicent, El País, ¡aleluya! que sabe distinguir tan bien entre tiranos.

Pero. Tampoco hay que prestarles demasiada atención, concentrémonos en nuestra fiesta y en Miami capital de los cubanos libres que celebren al menos un mes más en las calles y que se vea y se note la alegría con que decimos adiós al asesino.

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