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Jueves, 17 de abril de 2025
“Nunca somos capaces de explicar cómo y por qué nace una obra literaria; en ella laten muchos impulsos conscientes e inconscientes, muchos deseos de toda la vida que quedan sepultados en la impenetrable complejidad del texto. Pero si puedo aventurar una hipótesis, creo que Jan Potocki escribió el Manuscrito no para imitar, sino para superar Las mil y una noches. Detrás de la elegancia amable del gran señor, siempre estuvo presente la pasión por los desafíos extremos de la mente. Con su precisión de etnólogo, quería regalar a Europa un ejemplo de lo maravilloso–demoníaco que pudiese parangonarse con lo maravilloso árabe, con sus demonios, metamorfosis y apariciones. Lo haría todo más grande. Si Las mil y una noches tenía una sola narradora, Sherezade, él inventaría dos, Alfonso y Avadoro. Si Las mil y una noches tenía varios narradores menores, él los multiplicaría hasta encerrar cinco o seis sucesivos en la voz del otro, produciendo un efecto de desorientación. Todos los temas orientales, como la recuperación y la repetición del motivo o las duplicidades, adquirirían así una dilatación monstruosa y el elegante bordado árabe, ligero y transparente como las telas sobre los cuerpos de las mujeres del harén, se convertía en una máquina grandiosa, hija de un tiempo que incluso amaba demasiado las máquinas”.
Sigo con El mal absoluto, del fastuoso Citati.
