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Martes, 18 de marzo de 2025
Además de la comida para las palomas, una mezcla de alpistes y semillas que compro en el mercado, también dejo pan en el jardín para las urracas. Siempre nos sobra pan. Las urracas vienen y se lo llevan a trozos. Para sus crías, supongo. Me encantan las urracas porque me recuerdan a las malévolas urracas parlanchinas de mi niñez. En la isla pavorosa el pan viejo no lo tirábamos, había una bolsa de tela en la cocina donde se guardaba hasta el último resto. Allí, a veces, se llenaba de un moho verde que había que raspar con un cuchillo, antes de comerlo. Cuando llegaba a casa tarde, muerto de hambre, a modo de cena, cogía un mendrugo de la bolsa, lo tostaba un poco en el reverbero, le ponía un poco de azúcar, si había, y al menos no me acostaba con el estómago vacío.
Y. Lo que es la vida. Ahora puedo dejar pan para las urracas y ya no me acuesto hambriento y todo gracias al maravilloso exilio y al bendito capitalismo nunca lo agradeceré bastante.
