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Miércoles, 1 de enero de 2025
Estoy en 2025. Quién iba a decir, cuando estaba en la isla pavorosa, que llegaría tan lejos. Despedimos el año comiendo uvas y bebiendo mimosas, qué momento estético y placentero. Pero. Se nos ocurrió poner la televisión en busca de las famosas campanadas y tuve que ir cambiando canales pues en todos, el nivel de imbecilidad, baba grupal, buenismo hipócrita y ausencia de sentido del ridículo, resultaba insoportable. Aunque. Visual e intelectualmente el sumun, la cumbre de la vulgaridad, la estupidez y la cima de lo grotesco, fueron una señora gorda y un cretino barbado cuya bazofia mental me resultó francamente repulsiva. Un país que produzca, promueva y exalte (he leído cada cosa) estos engendros televisivos, está condenado a desaparecer. O al menos, a erradicar de su vida cultural, social e intelectual todo vestigio de inteligencia. Cambié de canal enseguida, pero en todos la “despedida del año” era semejante o peor. Incluso había una mujer que se sacaba leche de las tetas (metáfora) y la convertía en euros y lo hacía junto a un enano feo con el pelo empastado y propulsado hacia arriba para hacernos creer que era más alto. Sin éxito.
Consternado por la certeza de pertenecer a una especie lamentable, terminé apagando la cosa y, bebiendo mimosas, entré en el año nuevo en silencio y agradecido de haber llegado tan lejos sin haberme envilecido demasiado.