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Domingo, 15 de diciembre de 2024

Recuerdo que siendo un joven pavoroso, quiero decir que vivía en la isla pavorosa, un buen samaritano me prestó (durante unas horas, existía una inmensa lista de espera), un ejemplar de la prohibida revista Playboy. La revista (honrada era evidente por miles de masturbaciones a las que me sumé presto) contenía un amplio reportaje fotográfico sobre El último tango en París. La oportunidad de contemplar las apoteósicas tetas de María Schneider es algo que nunca podré agradecer bastante a Playboy y a la misma Schneider, naturalmente. Cuánta belleza. Cuánto poderío erótico. Ya libre, entiéndase fuera de la isla pavorosa, pude ver la película de Bertolucci, que me pareció y me sigue pareciendo una paja mental petulante, típica del cine de Bertolluci. Pero el cuerpo y las tetas monumentales de la señora Schneider seguían deslumbrando como desde aquella manoseada revista Playboy de mi pasado pavoroso.

En su momento, la película, que no merece mayor atención que la que exige la belleza de Schneider, adquirió gran notoriedad por una escena de sexo anal (falsa, lógicamente) que despertó la ira puritana (e hipócrita, lo puritano es invariablemente hipócrita) de los encapuchados de siempre. Entre los que no faltaba, como es lógico, el Vaticano, siempre atento a lo que hacemos con nuestros culos.

Hablo de esto, porque acaban de censurar (ellos dicen cancelar) en la Cinemateca Francesa, la exhibición de El último tango… debido a protestas y amenazas de las mujeristas odiahombres, zumbadas woke, organizaciones feministas y gente así. ¡Violación, violación!; claman los nuevos encapuchados: el sexo es la brújula moral de los censores.

Los odiadores de la libertad cambian de careta dependiendo de las épocas, pero siguen siendo en el fondo la misma hedionda inmundicia.

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© Juan Abreu, 2006-2019