5843
Sábado, 14 de noviembre de 2024

Pie de foto. Mi niño amarillo ocupa el lugar de escribir y está además en la pantalla erguido y atento. En ese momento leía como puede verse a Leautaud y a Kertész, poco más puede pedirse a la lectura. Y a la literatura. Afuera la noche es fría y la luz de la lampara es blanca y poca. En la pared un dibujo del pintor Alfonso. Hablé con él un día antes de morir y bromeamos y la muerte parecía lejana, cuánta razón tiene Bulgákov: que seamos mortales es sólo la mitad del problema, lo grave es que lo somos de repente. A la derecha de mi mesa de trabajo también es noche cerrada. Un vaso, objetos de disímil naturaleza, una foto de los años ochenta en Manhattan con Reinaldo nieva en Central Park si mal no recuerdo. Más libros, y un buho de bronce que me regaló mi hermana. El niño amarillo ya caza en las sombrías praderas y he dispuesto por escrito que sus cenizas reposen (es un decir) junto a las mías para que me proteja cuando me toque salir a mi vez de cacería en el eterno hierbazal.
