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Miércoles, 18 de septiembre de 2024

Hace un rato estaba dando de cuerpo, así se decía en la pavorosa o al menos así lo decía mi madre, dar de cuerpo. Mucho mejor que defecar o cagar, en cualquier caso. El caso es que estaba dando de cuerpo y me acordé de un señor que remodeló nuestro baño hace años y que, poco tiempo después, me enteré de que había muerto de cáncer. Y como me ha comenzado a doler la espalda cosa que me sucede periódicamente y que me altera bastante y me abate porque me recuerda la operación de la hernia lumbar una experiencia muy dolorosa, pensé: bueno al menos él está ya descansando tranquilo en su tumba. Pero. Rectifiqué al momento: no es cierto que esté descansando o tranquilo. Es falso también decir él. Porque lo que se halla en la tumba ya no es él, con toda certeza. Para atenerse a la realidad y a la verdad y no sucumbir a la literatura habría que decir: sus restos, huesos, uñas, algo de pelo y piel y de la ropa con que enterraron a aquel hombre, están en la tumba. Digo tumba porque quien me informó de su muerte me dijo que había ido a su entierro, eran parientes, creo. Si uno es honesto, apenas se puede escribir (ni recordar, que viene a ser lo mismo) nada, porque la seña de identidad de la escritura es la deshonestidad.

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© Juan Abreu, 2006-2019