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Lunes, 12 de agosto de 2028

Rumbo a Segovia, me llegan noticias de la incursión de Puigdemont. No crean nada de lo que lean sobre la habilidad de los subversivos catalanufos para esquivar la captura o sobre la ineptitud de los mossos (policía tribal). Todo es parte de una meticulosa campaña para extender un tupido velo sobre lo obvio: todo se resolvió con una llamada de Puigdemont a Sánchez: la conversación fue muy breve: Si me arrestan te quedas sin gobierno, a la puta calle, se acabó tu plan de convertir España en una república bananera chavista”. Ipso facto, Sánchez llamó a Marlaska y colorín colorado todo está arreglado. Puigdemont intocable.

Cómo los españoles permiten estas cosas, me decía yo, bastaría con suspender la autonomía catalana y meter en la cárcel a los traidores racistas nacionalistas e independentistas. La autonomía catalana y vasca son cánceres, cómo es posible que no los extirpen. Y. A cada rato, a los lados de la carretera, aparecía la imagen formidable de un imponente toro, ay, capado, como al parecer está ya el alma (sea eso lo que sea) española.

Menos mal que llegaban también a la luminosa carretera buenas noticias desde Israel, que se defiende heroicamente de la basura terrorista musulmana, y desde Ucrania, que, ¡maravilla!, ha invadido Rusia. Ahora sólo falta que el cobarde Occidente (USA) entregue a los ucranianos misiles con los que puedan bombardear el Kremlin.

Sé que USA es ya un cobarde basurero woke. Pero. La esperanza es lo último que se pierde, dicen.


Pecado original

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© Juan Abreu, 2006-2019