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Sábado, 27 de julio de 2024
Si hacía falta una prueba irrefutable de la decadencia occidental, ya la tenemos: la ceremonia woke y adefésica de inauguración de los Juegos Olímpicos en París. ¿Esa es la nueva Francia? Una retransmisión atroz (donde primero se refleja la decadencia es en la estética) en la que muchos invitados salían de espaldas a la cámara, una coordinación espantosa preocupada por lograr un buen programa de televisión basura (bailarines epilépticos, mujeres barbadas, pájaras ciclistas, gordas tatuadas remedando a Jesucristo, un desfile de adefesios contorsionistas, barquitos pequeños y rápidos pases de cámara para todos, excepto para la anfitriona que salió en un trasatlántico y mereció media hora de primeros planos. Yo contemplaba aquel aquelarre de mal gusto, aquellas cabezas guillotinadas sembradas en el río en la mejor tradición francesa, aquellas mariantonietas en los balcones lanzando chorros de sangre, aquellos pobres músicos encaramados en los techos, aquel pitufo gordo en pelotas marcado paquete, aquellas dos locas y media encerrándose para hacer un trío (¿pero esta gente aún no se ha enterado de que los tríos los hacen habitualmente dos hombres y una mujer o viceversa?), aquellas diez mujeres de oro entre quienes no estaba Marie de Gournay ni Madame Curie y sí la maoísta Beauvoir (cuarenta millones de muertos la contemplan); y para rematar el caballo del triunfo de la muerte de Pieter Bruegel el Viejo, en una interminable travesía por el Sena. Toque macabro muy apropiado si tenemos en cuenta la rendición de la gran cultura francesa ante la demencia woke y el mujerismo tortillero, negrista y pajarraco. Toda la ceremonia fue una ceremonia de rendición.
Es para echarse a llorar.