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Martes, 11 de junio de 2024
Voy a Terrassa obligado por unos trámites oficinescos. En tren. Terrassa es un lugar bastante espantoso, un poco menos espantoso que Rubí, eso sí. Todos los pueblos de la periferia barcelonesa son horrendos. Mientras más te internas en Cataluña, más rural, en el peor sentido, se hace todo. Llego temprano, como siempre a todas partes, y tengo que esperar. Miro a mi alrededor: cuánta gente fea. Salvo una muchacha sentada en un banco a la que se le podría hacer algo, pero tampoco tanto. Entro en una cafetería cercana. Pido un croissant y un café con leche, no tienen té. Leo el diario en el teléfono. Todos los políticos se aplauden a sí mismos, como acostumbran, al concluir las elecciones europeas. Ha avanzado la derecha, dicen, qué bien. No se puede esperar ya nada de la izquierda. La izquierda en Europa es una infección mortal. Cuando acabo con el papeleo, regreso paseando. Llovizna. Cuánta gente fea. Veo a dos viejas grotescas en patinete. Apresuro el paso. Esas cosas se pegan. Encuentro una pintada genial: Stop Making Stupid People Famous. A salvo (o eso creo) en el tren. Pero. Se me sienta enfrente una mujer que tiene que estar entre las cinco mujeres más feas del mundo. Temo sufrir un shock antiestético. Escapo a otro vagón. Con la edad me hago más y más sensible a la fealdad física, por no hablar de la fealdad moral.
Algo bueno había de tener hacerse viejo.