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Sábado, 8 de junio de 2024
“Los espacios de las escuelas y universidades, que deberían ser terreno fértil para la creatividad y el pensamiento crítico, están ocupados por “tribus” resentidas, quisquillosas, susceptibles e iracundas. Los jóvenes copos de nieve se llevan consigo los mismos ritos woke al lugar de trabajo, dispuestos a denunciar como “tóxicas a las empresas en las que se ofenda su hipersensibilidad. Los altos directivos aprenden a mimar a una generación delicada. La irrupción de estas jóvenes generaciones en el mundo laboral impone el neopuritanismo por doquier, desde el lenguaje publicitario hasta las políticas de contratación de personal. En una entrevista de trabajo, es mucho más útil presentarse como perteneciente a una minoría oprimida que utilizar una sintaxis correcta. La adhesión fanática a la cultura woke se convierte en el código identitario de una generación, un arma para abrirse camino en el mundo adulto que sirve para expulsar a los personajes incómodos. También es, en el fondo, una venganza de los jóvenes contra los ancianos, igual que lo fue en China la revolución Cultural de los años sesenta, cuando los adolescentes guardias rojos humillaban públicamente a sus profesores y la delación de los padres era fomentada por el Partido Comunista”.
Sigo con Federico Rampini.