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Martes, 9 de abril de 2014
En París comimos bastante bien (teniendo en cuenta que estábamos en Francia). En Barcelona se come mejor y en Madrid también, me atrevo a decir, aunque mis experiencias culinarias en la capital son pocas. Téngase en cuenta que tal vez mi opinión no sea objetiva. Recuerden que para mí a la grandeur francesa y al esperpento pomposo sólo los separa una fina línea. Nos quedamos muy cerca del Moulin Rouge, un barrio agradable aunque la recogida de basura deja mucho que desear. Y todo aquello lleno de sexshops yo creía que esa época ya había pasado. Tal vez ese florecimiento se deba a la emigración de países subdesarrollados. Visitamos un hotel que había sido un burdel o eso dicen un sitio cálido, rojo, de mullidas alfombras muebles estilo lupanar de lujo y cortinas de terciopelo, o eso me pareció. Y allí hallé un trono y me senté como un emperador y añoré los días en que mi primer cerebro imperaba y regía y ordenaba y hacía y yo (sea eso lo que sea) no era más que su siervo y fiel complemento.