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Viernes, 26 de enero de 2024
Mi hermano José me envía esta foto. En ella, mi madre y él, están sentados junto a la ventana que, más tarde, convertiríamos a toda prisa en una puerta para evitar la confiscación del cuarto que mi hermano Nicolás había levantado en el patio. Cuando Nicolás escapó, gracias a los botes de Mariel, la gran Revolución nos amenazó con confiscarlo, así que abrimos una puerta donde estaba esa ventana para demostrar que no era independiente, sino una habitación más de la casa. Glorias del castrismo. Todavía hay burgueses babuinos (culorojos) españoles, que le deben todo al capitalismo, pero se declaran castristas. Nada me produce mayor asco. Preferiría limpiar una letrina que estrechar la mano a uno de estos canallas.
Detrás de mi madre y mi hermano mayor, puede verse parte de nuestra biblioteca. Esa biblioteca nos salvó, todo se lo debemos a los libros. Más allá de la ventana, están la destartalada cerca de madera, que separaba nuestro pequeño patio de la calle, y la casa de la vecina que no nos dejó entrar a su casa a ver la televisión y provocó que mi madre se convirtiera en una diosa griega (véase Debajo de la mesa). Y al fondo, puede verse un cielo que, gracias a la horrible calidad de las películas fotográficas soviéticas, parece de plata. Pero que yo sé bien que era de plomo.