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Miércoles, 30 de agosto de 2023
“Cuando salí de la granja de castigo me ofrecieron un trabajo en una termoeléctrica y tuve que aceptarlo o si no me mandaban otra ve a la granja de castigo. En la termoeléctrica hice un amigo, un mulato alto y flaco muy joven con una polla enorme que no se le ponía dura y me la enseñaba a cada rato e intentaba hacerse una paja y me decía mira, mira, nada, y sufría el pobre porque no podía follarse a su novia una mulata fabulosa que yo la vi. Después de un tiempo en la termoeléctrica pude, gracias al padre de mi mujer, conseguir el traslado a la empresa de Ómnibus Urbanos. La empresa tenía una carpintería en la calle Diez de Octubre y no recuerdo por qué (nada bueno sería) me mandaron a trabajar allí unos meses. Con la ayuda del jefe de la carpintería, un hombre bueno, fui fabricando palito a palito maderita a maderita la cuna de mi hijo que estaba por nacer. La gran Revolución también nos liberó de las cunas, sí. Aquella era una actividad prohibida y contrarrevolucionaria (usar los recursos del pueblo para asuntos personales) así que sacaba ocultos en la ropa o a horas intempestivas las piezas para posteriormente armar la cuna. Robé un poco de cola también y unos tornillos y un trocito de papel de lija usado, las hojas de papel de lija estaban bajo llave. Y de esta manera cuando llegaba de madrugada a casa y me detenía a ver dormir al niño el niño dormía en una cuna y a veces al verlo a pesar de vivir dentro de una gigantesca prisión, yo en la oscuridad sonreía”.