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Domingo, 27 de agosto de 2023
Hace poco fuimos a cenar al Gresca. Ya no volveré al Gresca. En el Gresca siempre han sido miserables con las porciones pero ya la cosa pasa de castaño oscuro, que decía mi madre. Ahora al Gresca se va y se paga (carísimo) por no cenar. Como culminación de las escasas muestras pedimos un pescado de nombre horrísono. Nos trajeron un alevín, poco para una persona, no digamos para tres. Llamamos la atención a la chica, muy amable, acerca del tamaño minúsculo del pececillo y dijo sí sí se lo comento a nosequién (el Chef, supongo) pero eso no varió ni un centavo el precio del pececillo. Como a estas alturas el hambre apretaba y sólo sobrevivíamos gracias al pan con tomate que no paraban de traer (un viejo truco), pedimos cordero. Ese fue el mayor error de la noche. Yo tenía fresco en la memoria el fabuloso lechazo asado de Castilla del Convento de Mave y ante aquellos trocitos esmirriados (a mí me pareció carne de mono) me dije, nunca más. Y por añadidura un ruido espantoso que impedía conversar y un calor atroz. Adiós, adiós.