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Viernes, 25 de agosto de 2023

Es conocida la repulsión que le producen a mi querido Espada los perros. Hace poco escribió al respecto: “La felicidad de ir a cenar a una casa en el campo con la certeza de que una cochinada de perros no te saldrá a recibir junto a los anfitriones, vociferando, lamiéndote y ensuciándote el níveo pantalón con sus patazas untadas en excrementos. Y la agradable sospecha de que los ricos han empezado a dejar de lado a los animalitos, lo que es una razón más para tratarlos”.

Discrepo. A mí si no me salen a recibir perros cuando visito (raramente, ay, nunca me invitan) una casa de campo de gente rica, asumo que los anfitriones son unos cagacaviar y unos mamalonazos. Y lo primero que hago es lavarme bien las manos después de saludarlos, ese tipo de gente se pasa la vida haciéndose pajas por todas partes y por los más peregrinos motivos, sin asearse a continuación. Qué asco.

Por otro lado, que nadie crea que soy un amante incondicional de los animales. A veces pienso que la desanimalización del planeta es una buena idea, eso sí, siempre que comience el exterminio por el chimpancé humano.


Una bomba de relojería

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