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Jueves, 24 de agosto de 2023

Llevo a Petufo al veterinario. Maúlla lastimero. Ha estado así toda la noche. Cuesta meterlo en el transportín. Es el mismo en que llevé a Misu a morir. Otra vez, pienso. Y meneo la cabeza. Un perro gime cerca, es un sonido desolado, qué le estarán haciendo, me digo. Petufo se pone nervioso al oír los gemidos del perro y se refugia en el transportín donde tanto costó meterlo. Jadea como si le costara respirar. El veterinario lo examina pero no le encuentra nada me dice que puede ser por el calor. Le receta un difusor, que, se supone, tiene efectos tranquilizantes. Pago. Salimos. Cuando llego a casa, después de liberar a Petufo, voy hasta el librero donde guardo las cenizas de Misu. Y me quedo de pie ante mi niño amarillo un rato.

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© Juan Abreu, 2006-2019