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Domingo, 6 de agosto de 2023
Hace poco leí la biografía de Oppenheimer de Kai Bird y Martin J. Sherwin. Formidable. La recomiendo mucho. Aunque ya sé que no harán caso, es mucho más fácil ir a ver la película así son las cosas. Con la película, por cierto, ha vuelto la melopea interesada (les encanta disfrazarse de humanistas) progre e izquierdista acerca del ataque atómico sobre Hiroshima y Nagazaki. He estado en Hiroshima, una ciudad muy bonita. Ese día, recuerdo, hacía un calor espantoso y paseamos a lo largo del río y visitamos el Hiroshima Peace Memorial Museum, dedicado al bombardeo atómico y sus efectos. Muy interesante. Pero. ¿Era mejor que muriera un millón de jóvenes soldados norteamericanos, y otros tantos al menos, de japoneses, que lanzar las bombas atómicas y acabar con la guerra y con el demencial fanatismo japonés? No. Fin de la conversación.
Me encanta Japón, me gustaría morir en una de sus pequeñas islas, pero no creo que lo consiga, ay. Que país maravilloso Japón, después de civilizarse gracias a USA. Gracias a USA, que impuso la civilización occidental (la única que existe) y la democracia a Japón y a los japoneses. Sí, qué lamentable lo de las bombas atómicas. Pero. Hay mucha literatura en el asunto. Más seres humanos fueron calcinados (bombas incendiarias) en los bombardeos de grandes ciudades alemanas (Dresde, Hamburgo, Colonia, etcétera) donde murieron entre 300.000 y 600.000 personas, o Tokio (200.000), o a causa de las políticas de exterminio en la China de Mao o en la Rusia de Stalin (millones de personas). El genio de Oppenheimer fue absolutamente crucial para el progreso de la Humanidad. Amén de benéfico, para la especie. A ver qué hubiera sucedido si fabrican antes la bomba atómica los soviéticos o los alemanes. En qué mundo aún más siniestro viviríamos.
Demos gracias al gran Oppenheimer y dejémonos de tanta hipócrita y antinorteamericana monserga.