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Sábado, 17 de junio de 2023
Caigo por una pequeña pendiente. Me hago daño en el hombro. No puedo mover el brazo, el izquierdo (siempre lo izquierdo unido a la desdicha y a la fatalidad). Duele. Una caída estúpida. Enfurezco. La furia provoca, supongo, uno de esos ataques de irracionalidad (o lo que sea) que nos caracteriza (a los Abreu). Toda mi vida, desde pequeño, cuando algún miembro de la familia padecía uno de estos ataques siempre se decía: ya le salió lo de los Abreu. Pues me salió lo de los Abreu y me agarré el hombro y comencé tirar de él en diferentes direcciones hasta que oí un crac o algo parecido y al momento pude mover el brazo y recuperé la sensibilidad en los dedos. Mejor no les digo lo que me dolió aquello. Después fui al hospital y me hicieron radiografías y no tenía nada roto por suerte y me vendieron un cabestrillo y me recetaron calmantes y antinflamatorios. Eso fue ayer. Hoy he estado pensando en que resulta muy peligroso que la parte de mi cerebro encargada de las habilidades motrices no se haya enterado de la edad que tengo.