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Domingo, 4 de junio de 2023

Mi querido Espada me transporta hoy (lugar común) a un dulce momento, también los hubo, de mis años pavorosos. El momento en que nos encontramos, en un mullido claro del monte pavoroso, a la burrita Dulcinea (más tarde nos enteramos de que su dueño, algo leído sin duda, la llamaba así). ¡Afrodita! ¡Astarté! ¡Tlazolteot! ¡Rati! ¡Bacante! ¡Hetaira! ¡Mesalina! a nuestros reclutados ojos de reclutas del SMO (éramos tres o cuatro muchachos, según recuerdo), privados de hembra durante largos meses. Todos sabemos que los hombres sin mujer, que diría el gran Carlos Montenegro, se la meten a cualquier cosa. ¡Y lo que se nos brindaba no era en modo alguno cualquier cosa! ¡Qué hermosa y llena de hembracidad aquella burrita! (casi un Platero femenino y pizpireto). Así que, ante la actitud invitante, eso sí, de Dulcinea, procedimos a hacerle el amor (aquello era amor). Ella rebuznaba quedo, alegre diría yo, y sobre todo generosa porque nuestros pitos no creo que se notaran mucho en aquel oceánico coño.

Había olvidado, ¡pobre de mí! a la deliciosa Dulcinea, y gracias a Espada, he vuelto a sentir el soberbio cosquilleo de aquella fastuosa mañana.

¿Qué habrá sido de ti dulce y tierna Dulcinea de mis juveniles ardores?

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© Juan Abreu, 2006-2019