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Lunes, 15 de mayo de 2023

Nuestro primer espada habla de Vermeer con su habitual agudeza y perspicacia. Me gusta Vermeer, he viajada lejos para ver sus cuadros. Pero. La pintura realista no es la gran pintura. Y pintar la cotidianidad tampoco es que sea gran cosa. Cierto que Vermeer no es un realista cualquiera, no es sobre todo por suerte un realista Antonio López, cuyas pinturas ya nacen muertas disecadas y polvorientas. Soy de los que cree, que ni el dominio técnico ni la maestría compositiva, armónica o de otro tipo hacen grande a un pintor. Los pintores grandes son aquellos que alteran las formas del mundo. Sin Mondrian, Kandinsky, Rothko, Guston o Farnkenthaler, por poner un ejemplo, la revolución Steve Jobs no habría sido posible. El gran arte es aquel que inaugura nuevas formas de lo apolíneo. Formas que ayudan a remodelar el cerebro de la especie. Cerebros como el de Steve Jobs.

Hay más fuerza civilizadora en un Matisse, un Hockney un Van Gohg, un Bacon o un Alice Neel, que en toda la obra de Vermeer. La pintura de Vermeer no es civil, es doméstica. Es gran pintura apolínea, sin duda, pero no crea nuevos cauces en los que se alimenten los fuegos de la imaginación. Si toda la pintura, a lo largo de la historia, fuera realista, a lo Vermeer, la imaginación de la especie se hubiera quedado en casa al calor de la lumbre, comiendo gachas.

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© Juan Abreu, 2006-2019