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Jueves, 4 de mayo de 2023

Sevilla tiene un corazón candoroso: los jardines del Parque de María Luisa. Posiblemente, el parque más bello de España. Y tiene sevillanos. Qué gente amplia y gustosa. Y las mujeres, como es la Feria de abril, van ataviadas con esos trajes deslumbrantes que tallan sus figuras, como si hiciese falta. Qué ojos, que cejas qué bocas qué pechos alondrados, quién los oyera cantar. Pegados a mi oído, si no es demasiado pedir. Las mujeres dicen mucho del los lugar en que estás. Las mujeres abertzales por ejemplo, hablan de un lugar sórdido y tenebroso. Las sevillanas por el contrario murmuran en mis ojos y mi cerebro agua cristalina, olor a canciones, pieles pitanza, grupas tenaces y pelambres retintas siempre púbicas, aunque no lo sean. Las veo y lo único que deseo es meter la cabeza. Desde que estoy aquí sólo pienso en hirsutos y renegridos coños. Un coño rasurado es medio coño, como se sabe. Y en el parque de María Luisa, Dios la tenga en la gloria al cuidado de los jardines de Dios. Me detengo ante su estatua y le agradezco su magnanimidad. Gracias María Luisa. Digo. Magnolios, jaboneros, castaños de Indias, acacias australianas, avellanos, fresnos, zapotes, palmeras, jacarandas en flor, fuentes suntuosas y follajes umbríos, álamos blancos, arces, higueras, tilos, naranjos de Luisiana, algarrobos y casuarinas, nísperos del Japón, guayabas, limoneros, laureles, olivos y ficus. Patos, mirlos, grajillas, ánades, tórtolas turcas, pavos reales, gorriones y cisnes. Y todo bajo un cielo apolíneo y los senderos aderezados con una cerámica fastuosa.

Y que tenga que irme. Qué desgracia que la vida sea, básicamente, un irse.


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