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Martes, 2 de mayo de 2023
Seguimos jadeantes a nuestro amigo Rodríguez Estacio por Sevilla. Estacio, filósofo y maestro, lo sabe todo de la ciudad no sólo las dulces guedejas y el tierno abanico, también la consistencia del muslo y su baba interior, y lo de la sangre de los toros y el humo de los altares. Este es un hombre que juega al tenis (varias horas a la semana, a pesar de que ya no es joven, pero ¿qué es ser joven?), así que voy echando el bofe como se decía en la pavorosa al tiempo que pienso este es el modelo a seguir si quiero retrasar un poco el momento en que a mi prodigioso cerebro lo alcance la extinción y el benéfico olvido. Jugar al tenis mis rodillas ya no, sin embargo subo al techo de la gloriosa catedral (y de paso aprendo cosas insólitas por ejemplo que ese techo sobre el que estoy de pie y debajo la ciudad albero y grana, ¡se sostiene sobre botijos!) y lo hago con gran entereza y manteniendo el ritmo sólo se me escapan en todo el ascenso un par de resoplidos. Y aún ignoraban mis rodillas que al día siguiente subirían a la Giralda ¡más alto más alto! Cierto es que lo hice a remolque de un grupo de jóvenes nórdicas de pelambre alumbrón y grupa potranca (ese tipo de mujer con la que uno no folla sino cabalga) y llegué casi sin apercibirme al campanario, aupado llevado en nalgandas por aquellas mujeres que más que mujeres eran puertas a la carne primigenia del mundo.
Aunque tampoco es cuestión de quitarme mérito. Subí a la Giralda.