5303

Sábado, 22 de abril de 2023

Escucho el YiraYira de nuestro primer Espada. Lo recomiendo mucho. Es lo más apolíneo, varonil y antifofo que se hace en la España, tan fofa, de hoy. Me divierto, y aprendo mucho, escuchando a Espada y a su escudera Santos. Pero. Ayer. Espada estaba acelerado y se le notaba: amistad, amor, felicidad y otros inventos químicos y literarios sobre la mesa como si fueran entidades autónomas. O algo peor ¡incorpóreas! ¿Qué sucedía? En el cerebro y la boca de Espada, gran escritor y gran argumentador sinuoso, lo de la amistad, el amor, la felicidad y otros inventos químicos y literarios, sonaban convincentes y hasta parecían lo que no son. Y hablaban de la burbuja del amor como si el amor fuera algo más que una celada química, y del asado de ternera del gordo Samuel Johnson como si fuera algo más que el preludio de una mala digestión. Y luego el optimismo. Pero. El optimismo es un animalito de caza menor. El optimismo es, como el periodismo, un género menor. No existe un gran arte del Optimismo (¡ni de la Felicidad!). Sólo sabemos de los grandes optimistas porque se escribieron. El optimismo no es ni puede ser la argamasa de una vida creativa ni abundante (en el sentido del gran Casanova). El todo se jode en el horizonte es la fuerza motriz de la especie, no el optimismo. El optimismo sólo sirve para el diario, es algo de andar por casa. Y la felicidad a saber qué rayos es. Comámonos los mejores manjares y a las mejores mujeres, vistamos los más delicados trapos; persigamos la risa y el placer hasta treinta segundos antes del todo se jode, en un ejercicio epicúreo no por milenario menos satisfactorio. Muy bien. ¿Y?

No salía de mi asombro escuchando a nuestro primer Espada. Parecía ¡horror! un escritor de ficción.

Comentarios

© Juan Abreu, 2006-2019