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Sábado, 24 de diciembre de 20022

Hace cuarenta y nueve años nos escabullíamos entre los matorrales del Parque Lenin, en las afueras de La Habana, para asistir a un concierto del joven Serrat. Los accesos al parque habían sido tomados por la policía. La dictadura no quería que los jóvenes melenudos cubanos acudieran al concierto del melenudo Serrat. De ahí que nos escabulléramos entre matorrales y cercos policiales. Amábamos las canciones de Serrat. Fueron importantes para nosotros. Nos ayudaron a superar, al menos un poco, el horror de la isla.

Anoche, fuimos a despedir a Serrat. Serrat tiene 79 años y hace bien en retirarse. Ya su voz no es lo que era, por decirlo suavemente. De aquel joven melenudo del Parque Lenin no queda nada. Ha sido sustituido por un payés abuelito y greenpeace. Soltó Serrat entre canciones arengas cambio climático de vergüenza ajena que, eso sí, la chusma aplaudía con rumiante fervor. La selección de canciones, desafortunada, su objetivo era complacer a la parroquia barcelonesa, provinciana y del terruño y añadan a eso un arreglo de Mediterráneo, atroz. Pero. Era Serrat. Se lo debíamos.

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