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Martes, 20 de diciembre de 2022

¡Ah, la perfección, menos mal que no me interesa.
Paul Léautaud

Conversaba con un amigo hace dos noches ante una portentosa sopa de galets sobre lo mejor de escribir, que es corregir. Lo de ponerse a corregir una vez concluida la primera versión, qué delicia cómo se disfruta, coincidimos en esto. Llegar a esa primera versión es sufrimiento y desasosiego. Por eso, tal vez, no comienzo a escribir en serio (lugar común) hasta que no he escrito el final del libro. Me tiendo a mí mismo la trampa del final del libro. Pero. Nada hay cierto hasta completar la primera versión. Una vez completada, respiro aliviado en la cima o sima que muchos escritorzuelos y literatos creen que es espiritual (sea eso lo que sea), pero que es estrictamente orgánica.

En algún momento de la conversación, mi amigo mencionó la búsqueda de la perfección. Dije no. Como mi Maestro, no busco la perfección (si existiera). Yo vengo a la escritura a escuchar. Más allá del significado y la historia (siempre moribundos al nacer) y de la imposible realidad. Entre mi cerebro y el texto se establece un tono (el famoso tono de Arenas), una comunicación química que no aspira a decir, confesar, explicar o contar, sino a inaugurar fundar y estrenar.

Siempre (en mi caso) sin éxito. Queda el consuelo de que lo que importa es el vuelo de la flecha, no el blanco, la trayectoria y no la meta. Y todas esas tonterías.

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© Juan Abreu, 2006-2019