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Miércoles, 31 de agosto de 2022

A las ocho de la mañana o así, mientras comenzaba a asomarse una tormenta, la perrita no respondió a mis llamadas. Revisé todos los rincones de la casa, suele esconderse de rayos y truenos, que la aterran. Pero. No. Ya por entonces la lluvia, el viento y la oscuridad se adueñaban del mundo. Me puse mi chaquetón de ballenero, el que llevo en mis viajes a países de hielo o a lugares tercermundistas donde llueve mucho. Salí. En la numerosa penumbra, recorrí las calles del barrio, dando voces. Mientras me abría paso, recordé aquel huracán en Miami que hizo que la lluvia el viento y la oscuridad, lo vi, semejaran una suerte de carne. Y al recordarlo, ignoro porqué, me dio uno de esos arrebatos (arrebatos abreus, los llamaba mi madre) que me dan y me detuve en medio de la calle alcé los puños e insulté a la tormenta. Así qué allí estaba yo zarandeado por el diluvio con mi chaquetón de ballenero azuleado por los relámpagos exigiendo a la puta tormenta que me devolviera a mi perrita.

Tenían que haberme visto.

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© Juan Abreu, 2006-2019