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Lunes, 22 de agosto de2022
Hace poco me puse a leer a Natalia Ginzburg, su libro Las pequeñas virtudes. Alguien me había hablado de Ginzburg. Sí, sí. Pero. Leo. Bueno. Apoteosis de cháchara sentimental y de pensamiento grupal. Y llego a este párrafo:
“Inglaterra nunca es vulgar. Conformista, pero no vulgar. Como es triste, nunca es chabacana. La vulgaridad surge de la chabacanería y de la prepotencia. Surge también del capricho”.
Me detengo. “Inglaterra nunca es vulgar”. Una frase que no quiere decir nada. “Conformista, pero no vulgar”. Frase que tampoco quiere decir nada. “Como es triste, nunca es chabacana”. Nada. “La vulgaridad nace de la chabacanería y de la prepotencia”. Nada. “Surge también del capricho”. Nada.
Un párrafo puramente literario, falso, vacío, que no quiere decir nada, que carece de asentamiento en lo real. Un párrafo que representa la falsedad y la mentira de la literatura.
La literatura debe aspirar a una escritura limpia, recta, escueta, sólida y real. Todo lo demás es cháchara sin significado y sin sentido. Así Ginzburg y su farsa.
Si sometiéramos a este fisking a la gran literatura occidental quedaría muy poco. Casi nada.