5085
Sábado, 20 de agosto de 2022
Estoy leyendo un libro brutal. El terror rojo, de Wenceslao Férnandez Flórez.
“Las ideas eran rusas, los juicios eran rusos; rusos eran los hombres llegados para dirigir las matanzas, rusas las armas, rusas las conservas que, al principio, entregaron al pueblo, rusos los nombres que se invocaban, las denominaciones de las brigadas, los originales de los grandes retratos que presidían los comicios y las deliberaciones”.
“Se dio hasta el fenómeno extraño de que aquel pueblo se lanzó a hacer la revolución sin un himno propio. Cuando un pueblo corre a matar o a morir es aconsejable examinar sus canciones para saber lo que quiere, para conocer el estado de su espíritu. Aquellas multitudes entonaban La Internacional o un himno que dice: Somos hijos de Lenin. Hasta su No pasarán es francés. Y yo vi por las calles de Madrid, en pleno verano, milicianos orgullosos de ostentar gorros rusos de piel y blusas de mujik. El Viva España era un grito subversivo. Todo era Rusia. No había nada más que lo de Rusia”.
Aún no lo he terminado, pero ya he llegado a la conclusión de que Franco fue a fin de cuentas el mal menor.