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Martes, 29 de marzo de 2022
“Se podría objetar en este punto que las mujeres se deciden por los niños y no por la profesión porque les gustan los niños. A lo que se replicará que una mujer no es capaz de un sentimiento tan grande como sería el puro amor a los niños. La prueba es que casi ninguna mujer se ocupa de los hijos de los demás, sino sólo de los suyos. Una mujer no adopta un hijo de otra mujer más que cuando, por razones médicas, no puede tenerlos propios (e incluso en ese caso agota antes todas las posibilidades de tenerlos, incluida la fecundación artificial con semen de un extraño). Aunque los orfanatos de todo el mundo están llenos de deliciosos niños necesitados de ayuda, y aunque la televisión y los periódicos publican diariamente las cifras de los pequeños indios, los africanitos y los sudamericanitos muertos de hambre, las mujeres –que fingen amor a los niños– prefieren meter en casa a un perro o un gato que un huerfanito abandonado. Y aunque en cualquier buena revista se puede uno informar de la alta cuota de anormales engendrados cada año (el 1,66 por ciento de todos los niños que nacen se compone de hidrocéfalos, seres carentes de miembros, ciegos, sordomudos, cretinos, etc.), las mujeres como si les obligara a ello un hechizo perverso, siguen trayéndolos al mundo imperturbablemente. Cuando una de ellas da a luz un monstruo así, no se siente en modo alguno desenmascarada en su egoísmo, ni menos responsable: nuestra sociedad la va a venerar como mártir por haber dado a luz un monstruo. Se habla con el mayor respeto de la mujer que trae al mundo un oligofrénico, y si no tiene todavía ningún hijo sano le engendrarán enseguida un niño “normal”, como el de las demás mujeres, con el objeto de demostrar la salubridad de ella .”
Esther Vilar, El varón domado.
La señora Vilar es un gran antídoto contra el actual y asfixiante totalitarismo genérico y bienpensante. A ver si hay huevos y se la reedita.