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Jueves, 17 de marzo de 2022

El aspecto más frívolo de los buenos modales consiste en que imponen al varón el papel de protector. La cosa empieza muy inocentemente, subiendo escalinatas detrás de la mujer, cediendo la parte interior de la acera, y termina con la llamada a filas y, en su caso, la guerra. Hay, pues, una de esas normas de conducta que dice: Si la situación lo exige, el varón tiene que proteger a la mujer de cualquier incomodidad incluso al precio de la vida. En cuanto llega a la edad requerida, el varón obedece a esa regla sin pensarlo siquiera: la doma ha concluido mucho tiempo antes, de modo que en una catástrofe empezará por salvar a las mujeres y a los niños, y luego pensará en sí mismo. Aunque le cueste la vida”.

“Uno de los espectáculos más fantásticos de la doma por autohumillación es el que ofrecen aquellas mujeres que pasan sus días en condiciones paradisíacas, en una villa de las afueras llena de comodidades, con niños, perro y otras señoras, provistas de segundo automóvil, televisor y todos los aparatos domésticos imaginables, y que dicen a su marido (tal vez ingeniero o abogado) que le envidian porque él sí que tiene una vida plena, mientras que ellas, por ser mujeres, se ven constreñidas a una vida indigna de un ser humano. La grandeza del espectáculo estriba sobre todo en que le dicen eso al hombre que está pagando con su vida todo aquel confort material y moral, y en que dicho varón se lo cree”.

Sigo con Esther Vilar.

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