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Martes, 15 de febrero de 2022

Dice el Joselero en Molde roto, el gran libro que acaba de publicar Arcadi Espada, que Caballero Bonald “me ha sacado en muchos discos sin mi permiso ni na (…) y que por esas antologías no le han pagado nada. Según Joselero, les organizaban una fiesta a los artistas y les prometían un regalo para que grabaran. Y los grababan, y después publicaban antologías y no les pagaban nada de lo que ganaban por las ventas de esas antologías.

“Yo lo grabé en la calle del Barquillo. En una habitación con Diego (del Gastor), nos metieron los aparatos y pusieron una mesa, yo qué sé. Traían el vino y todo en la furgoneta, una caja de vino, con la nieve y todo, metido en nieve, preparado todo, hasta las tapas venían partidas. Así que de taberna ni nada, eso lo traían ellos, partido y todo para poner en una mesa. El vino, unos cubitos, un plato de jamón y un plato de queso, todo partido. Eso venía to amasao. La Ina y el Tío Pepe”.

Ah, los poetas.

Y otra cosa. Las respuestas de Paco de Lucía son las menos auténticas, las más profesionales (en el peor sentido). Supongo que se debe al contraste con lo que dicen los viejos cantaores, que aún responden a un fondo pagano. (Es como comparar un dibujo de las cavernas de Lascaux con uno de Picasso. El de Picasso carece de supuración; su exquisitez es meramente apolínea). No hay conexión con la charca de la madre primigenia, no hay fuetazos de sangre y muerte, ni placer-dolor dionisiaco en las palabras de Lucía, y me temo que tampoco en su arte. Porque, contrariamente a lo que se cree, el arte no es orden, el arte es entreabrir la puerta que conduce al pantano. Es atisbar por un instante la danza cruenta de los orígenes y el ritual de mutilación y desmembramiento al que somete a todo lo vivo la Madre Naturaleza. El arte es mirar el rostro al sinsentido sangriento.

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© Juan Abreu, 2006-2019