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Lunes, 7 de febrero de 2022
Hay libros que son puro goce. Tienen un fulgor que asombra, un agua vívida. Paso la tarde y parte de la noche leyendo Molde roto de Arcadi Espada y Antonio España, y qué maravilla. Voy riendo. El prólogo hueso lúcido de Espada, un prólogo que haría a nuestro Léautaud sonreír satisfecho. Y a continuación, desde el borde del acantilado que es el prólogo (toda gran escritura bordea un abismo), uno se lanza al torbellino, al genio, al tremolar umbrío, al heroísmo, a la verdad, a la fiesta. Este es un libro único porque nos lleva al punto exacto en que se obliga a la muerte a cantar. Qué hombres, qué mujeres. Y para hacerlo todo más extraordinario, encuentro en la mañana esta hermosura de Julio Valdeón. Y las voces, y el ritmo, y la milenaria canción de la humana pena que sale al escenario a bailar con su milenaria compañera la inderrotable belleza.
Este libro es la muerte doblegada. Qué se habrá creído la muerte.