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Martes, 4 de enero de 2021

(2) En el jardín del hotel hay unos robots y detrás de la gruesa tapia de piedra un riachuelo. Los robots cortan el césped. Los veo, asomado a la ventana de la habitación. Enseguida mi cerebro los relaciona con el mundo de El gen de Dios, pero le digo que no, que en relación con mi novela estos robots están atrasadísimos. ¿Ya no te acuerdas de mi novela? Bueno. No te preocupes. Yo tampoco me acuerdo mucho de mi novela. Paseamos por el llamado casco viejo y en el llamado casco viejo un mercado espléndido y la gente amable y acuosa en el buen sentido y algún bullicio, pero poco y modulado. Gente fina que decía mi madre. Sobre todo comparada con la crápula barcelonesa. Pero. Es una primera impresión, tampoco hay que confiarse mucho. A la noche llego a la ducha y a la cama molido y me han empezado a brotar unos cuernillos de cabra que humanizan mi aspecto. De tanto trepar será. No está mal, teniendo en cuenta mi proverbial malencaramiento. En el gran salón del hotel, donde sirven el desayuno, hay dos deliciosas señoritas indígenas. Qué dulzura traspiran qué ademanes entornados qué pelos y culos tenaces. Comemos junto al mercado unas conchas y sus masitas varias y lacón y chorizo y sus patatas y unos vinos con sabor a neblina. La muchacha que nos sirve tiene los ojos azulísimos y estoy seguro de que pasarle la lengua ha de ser como pasársela al mar.

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© Juan Abreu, 2006-2019