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Viernes, 17 de diciembre de 2021

“Tenía las mandíbulas apretadas y la boca cubierta de espuma blanca, una espuma pegajosa que costaba retirar. Se la limpié con agua. Volvió al rincón, donde se quedó agazapada, con la mirada fija al frente. Su actitud resultaba inquietante: inmóvil, paciente, y sin intención de dormir. Aguardando. Los gatos deciden morir. Se arrastran a un lugar fresco, por el calor de la sangre, se agazapan y esperan la muerte.

Cuando llegamos a casa, tras una noche en la clínica veterinaria, salió, consumida, al jardín. Había empezado el otoño y hacia frío. Se agazapó contra el frío de la tapia, sobre la gélida tierra, en la paciente actitud de espera de la noche anterior. La llevé adentro y la puse sobre una manta, no muy cerca del radiador. Volvió a salir al jardín, la misma postura, la misma actitud paciente, mortal. La metí de nuevo en casa y la encerré. Se arrastró hasta la puerta y ahí se quedó, con la nariz pegada a ella, aguardando la muerte.

Así describe Doris Lessing cómo su gata enferma esperó la muerte. De igual manera, exactamente, lo hizo mi gato amarillo. Como la gata de Lessing, buscaba la puerta de la muerte mi gato amarillo. Quiero pensar que hice lo que hace un buen amigo cuando encontré esa puerta para él, y la abrí.

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© Juan Abreu, 2006-2019