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Viernes, 10 de diciembre de 1021

A veces, pienso que no quedan autores importantes que no haya leído. Tonterías. Gilipolleces, como se dice aquí. El mundo de los libros es inabarcable y ni yo, que lo único que he hecho toda mi vida es leer, siquiera alcanzo a explorar una mínima parte. Lo digo porque estoy leyendo a Ernest Becker, su inmenso y aterrador La negación de la muerte. Voy por sus páginas alucinado, y encuentro este acercamiento al tema del sexo y la culpa (al que he dedicado mucho tiempo y esfuerzo), que ni siquiera había sospechado y que resulta cruelmente iluminador.

“La solución física al problema de quiénes somos y por qué hemos surgido en este planeta no sirve: de hecho, supone una terrible amenaza (…) Por ello es tan difícil practicar el sexo sin culpa: la culpa aparece porque el cuerpo arroja una sombra sobre la libertad interna de la persona, sobre su «yo real» que, a través del acto sexual, se encuentra por fuerza en un papel biológico estandarizado y mecánico. Aún peor, al yo interior no se le toma en absoluto en consideración: el cuerpo se adueña por completo de la persona. Este tipo de culpa hace que el yo interior se retraiga, y le amenaza con desaparecer.
Esta es la causa por la que la mujer quiere asegurarse de que el hombre: me quiere «a mí» y «no sólo mi cuerpo». Es dolorosamente consciente de que se puede prescindir de su peculiar personalidad interna en el acto sexual. Si se puede prescindir, es que no cuenta. La cuestión es que el hombre por lo general, sólo desea el cuerpo y la personalidad total de la mujer se ve reducida a una mera función animal. La paradoja existencial se desvanece y ya no hay una humanidad característica que pueda reclamarse. Una forma creativa de hacerle frente es, sin duda, permitir que suceda y aceptarlo: es lo que los psicoanalistas denominan «regresión al servicio del ego». Durante un tiempo, la persona se convierte en su yo físico y así queda libre de la paradoja existencial y de la culpa que acompaña al sexo. El amor es la gran clave para este tipo de sexualidad porque permite la caída del individuo en la dimensión animal sin temor ni culpa, sino al contrario, con la confianza y la seguridad de que su libertad interior característica no quedará anulada por una abdicación animal”.

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© Juan Abreu, 2006-2019