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Viernes, 3 de diciembre de 2021

La pelusa de un vientre adolescente. Tu boca en mi pito. El flequillo de Tintín. El batir de las alas de la Victoria de Samotracia. Mi butacón de leer. La cabeza del perrito negro en mi regazo mientras veo la televisión. El balanceo del sillón donde nos dormía mi padre. La primera vez que te vi, y lo supe. La certeza de que el mundo se ordena mientras escribo. El anochecer en el mar el día en que escapé de la isla. Tu cuerpo gustoso con los años cada vez más gustoso. Mi madre cantando las canciones de Panchito Riset. La ternura del muchacho que guardaba bocadillos de jamón y queso bajo la almohada en el Orange Bowl recién llegados a USA, por si se acababan, y Reinaldo y yo diciéndole no se acaban, aquí no se acaban. Tu olor en la ropa. La risa de Totoro. El Gatobus gigante sólo para niños del Museo Ghibli. La mullida luz de fregar los platos de cara al jardín. La tibieza del mar griego. El esplendor que trajo al mundo la ballena de madrugada en la piscina del vecino. El sabor de tus tetas. Las melodías de tu cuello. Las tardes de Aponiente. La piel del recuerdo de mi gato amarillo. La voz del Partenón. Todo eso.

Ya sabía que era imposible describir el cielo de Madrid, pero tenía que intentarlo.

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© Juan Abreu, 2006-2019