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Domingo, 7 de noviembre de 2021

Ha muerto Raúl Rivero, poeta. Para mí un muerto es la misma persona que fue, pero muerta. La muerte no quita ni añade nada a una vida. Excepto las muertes heroicas, claro. Leo titulares exorbitantes sobre el poeta Rivero. ¡El cubano más valiente! (El Mundo) ¿El cubano más valiente, Rivero? Un poco de contención, plumillas. No quiero extenderme, pero sí apuntar que Rivero fue un intelectual de la Revolución (lo que en mi círculo, llamábamos un esbirro cultural), vivió, viajó, disfrutó de prebendas cargos y premios otorgados por la Revolución (léase dictadura) durante mucho tiempo, hasta que ¡al fin! (tras quince años de dudas, dice el plumilla) se percató de que la Revolución (léase la dictadura) era una dictadura y se convirtió en opositor y lo mandaron a la cárcel hasta que Zapatero y Fidel Castro sabrá dios mediante qué chanchullo lo dejaron ir a España. Qué bien. Me alegro. Pero. Mientras Rivero fungía como esbirro cultural de la dictadura fueron a la cárcel Reinaldo Arenas, el dramaturgo René Ariza, los poetas Díaz de Villegas, Esteban Luis Cárdenas, Leandro Eduardo Campa, y otros poetas como Ángel Cuadra y Jorge Valls fueron condenados a largas penas en oprobiosas condiciones mientras escritores y poetas como Carlos Victoria, Roberto Valero, Miguel Correa eran expulsados de la universidad y en el caso de Victoria le confiscaban sus manuscritos. No quiero remover la porquería pavorosa, pero he de decir que muchos, tal vez todos esos escritores y poetas eran mejores escritores y poetas y hasta mejores opositores, que Raúl Rivero.

Aunque lo pretendiera, que no lo pretendo, no podría rebajar la importancia o la valentía de los actos de Rivero una vez que, después de quince años de dudas, se convirtió en crítico de la dictadura. Pero. Un poco de contención, señores.

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