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Jueves, 4 de noviembre de 2021_
Viena tiene un deje nazi. Una pelusa nacionalsocialista. Una baba insulsa, como esa sopa de lengua que ofertan en los restaurantes, lo impregna todo. La comida espantosa. Siempre creía (y creo) que la comida cubana era la más espantosa, pero ahora dudo. Las calles, los árboles, las plazas, los edificios, todo parece estar a la espera de la orden que reinicie la matanza. El Maestro tenía razón. Hay que atravesar, viniendo del Burgtheater, un parque de rosales nacionalsocialistas con tablitas de enamorados para llegar a la Heldenplatz (Plaza de los Héroes). Aquí recibieron los vieneses y los austriacos a Hitler. Entrar en la plaza es escuchar otra vez el fervoroso clamor. Lo más importante de esta plaza, pienso, contemplando la estatua ecuestre de Eugenio de Saboya, es que Thomas Bernhard la convirtió en escenario de su última obra de teatro, representada en el Burgtheater. Frente al Burgtheater, imagino la llegada de Bernhard al Burgtheater, un hombre libre contra (nunca se está suficientemente en contra) la hipocresía el escándalo y la abyección del populacho: los pueblos odian la grandeza no soportan la grandeza. Para saber qué es Viena (y Austria) sólo es necesario saber que los vieneses (y los austriacos) odiaban a Bernhard.
Entro en una librería a comprar libros de Bernhard en su idioma original y en el envés del sobre donde te entregan los libros una lista enorme de escritores austriacos y de los más diversos orígenes y en esa lista no está Thomas Bernhard. Hasta en la librería que hace negocio con sus libros treinta y dos años después de su muerte persigue el nacionalsocialismo vienés a Thomas Bernhard.