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Domingo, 3 de octubre de 2021
Las grandes leyes sobre el divorcio y el aborto son exactamente contemporáneas de otra legislación, la de la reagrupación familiar. Son además cifras del mismo orden, las del número anual de abortos y el número de entradas por el procedimiento de la ragrupación familiar. De nuevo esta vez el presidente de la República Valéry Giscart d´ Estaing (y su primer ministro Jacques Chirac) quiso mostrar su imagen más humanista; también entonces se vio desbordado. Ofrecía la “reagrupación familiar” como una recompensa a los – pocos – inmigrantes que escaparían a la obligación de volver a su país de origen. Pero nadie volvió, salvo algunos trabajadores portugueses. Y la máquina de reagrupación familiar funcionó a pleno rendimiento. Transformó la inmigración de trabajo en una inmigración de repoblación.
Simbólicamente, fue como si los pueblos cansados renunciasen a reproducirse ellos mismos y optasen por ser rescatados por los más vigorosos, los más jóvenes. Como si los hombres franceses y europeos, dejando su falo en tierra, no pudiendo o no queriendo fecundar a sus reacias mujeres, hubieran pedido socorro a sus antiguos “criados” a los que habían emancipado. Como si Francia, y Europa, convertida uniformemente en mujer, se hubiera declarado tierra abierta, a la espera de ser fecundada por una virilidad venida de afuera.
Treinta años después, el joven árabe constituye el tabú que más pesa sobre la sociedad francesa. Es a un tiempo objeto de rechazo y de deseo, de odio y de fantasía. Las feministas abominan de él, pero no se atreven a decirlo por reminiscencias anticolonialistas. Están furiosas de ver como las ciudades vuelven a la edad de piedra antifeminista y, a la vez, encantadas de encontrar un referente masculino aborrecible tan perfecto. Es el bárbaro en Roma, el lobo metido en París. Tiene un lenguaje próximo al Neanderthal. Es el hombre anterior a la civilización. Reacciona de manera binaria, “zorra” o “respeto”, putas en minifalda y santas con velo, prostituta o virgen. No ha leído a Stendhal. No ha leído a René Girard. Ni El eterno marido de Dostoïevski. Pero a veces ofrece su conquista a sus amigos durante las famosas “violaciones en grupo” (…) Vienen de un mundo donde los hombres no están feminizados, en el que se comportan según sus pulsiones, pero en el que estas pulsiones están contenidas dentro de un marco rígido, familiar y religioso. Ahora bien, viven en un país en el que el marco ha saltado por los aires. Son conquistadores en una ciudad abierta.
Hay que leer a Zemmour.