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Viernes, 1 de diciembre de 2021
“Los hombres están dispuestos a todo por follar, incluso a amar; las mujeres están dispuestas a todo por ser amadas, incluso a follar”. Broma de otra época, de una época y un mundo viril, dominado por la psique masculina. Broma sin duda prohibida por la directriz europea del 23 de septiembre sobre acoso sexual. Nuestros amigos europeos pueden dormir tranquilos en su hotel de Bruselas. Este mundo se muere. Los hombres son ahora sinceros. Están alienados, pero de buena fe. Quieren amar y desear a un tiempo. Quieren convertirse en mujeres como las demás.
En los Estados Unidos, como en Canadá, los encuestadores de Pfizer escuchan a mujeres, sarcásticas o desesperadas (o ambas cosas), afirmar que un hombre que tenga una erección de más de tres minutos es un héroe. Todo el mundo se asombra, se preocupa. ¿Qué ocurre entonces? Los hombres no comprenden qué les pasa. Las mujeres tampoco. No se dan cuenta de que su obsesión por el “respeto” las devuelve al punto puritano de partida del que vienen. En la sociedad antigua, para contener las impaciencias masculinas, las mujeres decían “¿por quién me toma?” La imagen de la pura, de la santa, de la virgen, desanimaba o, en todo caso, canalizaba las pulsiones viriles. Hoy en día no les importa ni lo más mínimo su virginidad o su pureza, sino su igualdad, su independencia, “la imagen de la mujer”. Una vez más, el sacrosanto respeto neopuritano funciona como una máquina que aniquila el deseo de los hombres.
Sigo con Eric Zemmour. Recomiendo mucho su lectura, es imprescindible traer a una España empercudida por el pensamiento simplón y reductor de la izquierda neocomunista, la mirada de un intelectual de la derecha ilustrada. Que en Francia aún existe, por suerte.