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Martes, 16 de febrero de 2021

Cuando era niño me llevaban a una barbería cerca de casa. Recuerdo que junto a la barbería había una tienda de jugos de fruta o batidos (fue antes de que la gran Revolución nos liberara de los jugos de fruta y de los batidos) ya mis hermanos que tienen mucha mejor memoria que yo, sobre todo Nicolás, me dirán si lo recuerdo bien. Era una barbería de esas de antes de sillones rojos y mullidos y arabescos metálicos de hierro colado, creo. Muy bonitos. Allí con las piernas colgando y mis rodillas llenas de ñañaras me tusaban muy rebajado detrás y a los costados y una moñita al frente quedaba un poco a lo Elvis todos excepto los viejos iban en esa época a lo Elvis con moña. Les digo esto porque estaba hoy en el baño al amanecer cepillándome los dientes y mi cerebro reconstruyó la barbería y sentí en la cabeza el frescor de la máquina recién pasada y el talco que flotaba en la luz de la isla y la conversación de los mayores y hasta el olor del lugar de los jugos y los batidos olor a mamey y papaya y el ruido de la guagua y de los coches pasando por la calle D que era la calle asfaltada del barrio la calle del tráfico y lo más desconcertante sentí por encima de todo eso el olor de mi madre, dulce y protector.

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© Juan Abreu, 2006-2019