4509
Mates, 15 de diciembre de 2020
Termino el libro de Houellebecq (Ampliación del campo de batalla) y me gusta mucho. Tanto que releeré alguna otra cosa de Houllebecq (siempre evitando evocar su rostro, eso sí). Es un libro escrito sin mariconerías (de la prosa), bueno muy pocas, es un libro antihumano todo lo humano es repugnante en el libro, y eso está bien; además, el libro desprende un tufo a suciedad (sospecho que Houellebecq se ducha poco). Lo que ya no me parece tan bien, es que al final el personaje descubre la falsedad del mundo teórico y del mundo como representación, y experimenta una epifanía que lo empuja a una fusión con la Naturaleza, con el mundo natural. Esta solución no me gusta porque es muy literaria, y lo peor, es falsa (como todo buen escritor Houellebecq aspira a la verdad, creo). El mundo natural ya no nos contiene. Es monstruoso y ajeno.
Para la chusma humanista mayoritaria, dominante y “normal” que el personaje Houellebecq tanto detesta (hasta el crimen) cualquier lucidez extrema es demencial. Hasta ahí de acuerdo. Al final te querrán meter en un manicomio. Pero. El problema es que el personaje Houellebecq desea la “fusión sublime” con el todo y cuando no lo consigue, cuando siente la piel como una frontera cree que “ha fallado el blanco de la vida”. Pero el destino del hombre no es la fusión sublime (esa forma de felicidad, de realización, de sentido) sino el conocimiento. Su trasmisión, básicamente.