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Sábado, 22 de agosto de 2020
Nos vamos unos días a un hotel en el campo. Por cambiar de ambiente y porque en casa nunca dejamos de trabajar en verdad. El lugar es bonito, pero demasiados franceses. Tampoco es muy grave. A mi la petulancia francesa me suele provocar ataques de indígena. Pero esta vez me contengo bien, mantengo al indígena bajo control. La comida estupenda y todo muy pijo pero no pijo catalán que es el más insoportable. El pijo catalán viene siempre con sudaca incorporado y condescendencia hacia el sudaca adjunta lo que me produce cierto asquito. En la piscina miro tetas, leo, y me zambullo de vez en cuanto. Observo a una pareja. A ella le salen los omóplatos de la espalda como picos de pterosaurio y él lleva su arnés y su collera y su cincha, ni de vacaciones se la quita y está a cargo de una cría de la que sólo diré que despertó mi instinto asesino. Traje mi Rabelais y el libro del amigo Cristian Campos sobre la “anomalía” catalana. En los viajes siempre llevo una lectura principal y algo de guarnición. A partir de las seis de la tarde el agua de la piscina está casi tropical. Por la noche voy a la tumbona del balcón y me quedo mirando las estrellas hay una muy grande y brillante nada en la vida escapa a las categorías. Lo de la igualdad es un engañabobos de comunistas y socialdemócratas.