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Sábado, 15 de agosto de 2020
“El buenismo dogmático progre es imperdonable. El progre blanco es un híbrido indeseable de Stalin y la Madre Teresa”.
“Si las tribus indígenas del Amazonas eran víctimas de la lluvia ácida, los progresistas se sentían emocionalmente devastados. Pero si en el parque de caravanas lleno de basura blanca del otro extremo de la ciudad todo el mundo contraía cáncer por vivir encima de un vertedero tóxico, no era más que una broma. He oído a marxistas ideológicos poner el grito en el cielo por la explotación capitalista mientras explotaban alegremente la generosidad económica de sus padres (…) Me cansé de los anarquistas a los que sus mamaítas les pagaban las facturas. Ni siquiera eran capaces de dejar la adicción a la coca y aún así afirmaban saber lo que era mejor para el mundo”.
“La contracultura ha sido un desfile vacío de modelos de pasarela con jeringuillas incrustadas en los brazos. Holgazanes malcriados con nada que decir y un montón de ropa para decirlo. El producto podrido de la prosperidad que siguió a la Segunda Guerra Mundial, sacándole el dinero a sus padres con una mano mientras con la otra les hacen la peineta”.
“El progresista blanco anhela un dolor cinematográfico. Un sufrimiento literario. Yo creo que se merece algo mejor. Un poco de auténtico dolor que complemente sus fantasías. Del que yo conozco de toda la vida. A mí el dolor no me afecta en absoluto. Golpeadme todo lo que queráis, yo ya me limpio solito y me largo. Pero el dolor es algo que los progresistas blancos o temen (cuando está cerca) o idealizan (cuando es otro el que lo padece). Yo propongo darles a probar un buen bocado de esa opresión que tanto ansían. Arrastrarles por toda esa belleza progresista que encuentran en la experiencia del Tercer Mundo”.
Y para terminar esta joya Goad que adoptaré a partir de hoy para definir mi posición política:
“Me veo políticamente inclasificable. La gente me pregunta de qué lado estoy, y yo les digo: Del lado en que no estéis vosotros”.