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Lunes, 27 de abril de 2020
En el jardín ayer, a la tarde al caer, le colgaban hilachas negras miles millones de hilachas negras yo las vi. Calma, me dije. Pero estaba calmado. Con lo de la plaga china la lucidez ya no me aterroriza tanto. Miles millones de hilachas negras lo he sabido siempre aún cuando no lo he querido saber. Había visto más temprano un video de cubanos moviendo el culo en una especie de tugurio infecto o casa en La Habana vertedero principal de la isla y el denigrante espectáculo me entristeció, no porque me apenara o sintiera que me concernía en modo alguno el lugar o aquella chusma degradada sino por venir de ahí pasé años ahí nací ahí me dije mirando aquellos seres grotescos y me recorrió el cuerpo un escalofrío de asco y terror. Hilachas de sangre negra sobre los vivos y sobre los muertos lo sé pero esta vez qué cerca en el jardín. Había un pajarillo mordisqueado en la hierba verde y agua envejecida y había una adiposidad fétida y una mimosa que se secó. Fui anotando. Hasta que la tarde terminó de caer con un ruido de carne despachada y la oscuridad cubrió totalmente el jardín, qué cerca, y ya no se distinguían las hilachas negras pero seguían allí y pensé, calmado eso sí, que lo de la alegría de la luz y su existencia misma es sólo el envés de las hilachas negras y que podía considerarme afortunado de no ver siempre las hilachas negras porque si las viera siempre no podría vivir.